GANADORES DEL CERTAMEN LITERARIO 2023

El pasado 21 de abril se hizo entrega de los premios y diplomas correspondientes al Certamen Literario de este año. Estos son los relatos y poesía ganadores.

¡Enhorabuena a los ganadores 

y muchas gracias a todos los participantes!

LA PUERTA

Era verde oscura, no tenía una lámina dorada con un número y estaba anticuada, no como el resto. Así era la puerta de una de las habitaciones del hotel en el que estaba alojada con mi familia. Desde que llegamos al lugar esa puerta nos generó mucha intriga a todos. Mis hermanos y yo intentamos escuchar lo que ocurría en el interior de esa habitación. Escuchamos algunos pasos dentro algunas veces pero no era nada del otro mundo.

Un día, al volver de la playa mi familia y yo pasamos frente a la puerta, mientras cruzábamos el pasillo, unas fuertes voces se escucharon desde el interior de la habitación, parecía que alguien estuviese gritando… o riendo, lo cierto es que no lo teníamos nada claro. Quisimos escuchar los ruidos pero se oyó el pestillo de la habitación y el pomo empezó a girarse, rápidamente entramos en nuestra habitación y mi madre echó la llave. Todos nos miramos confundidos.

-¿Qué creéis que hay en esa habitación? –dijo mi hermana.

-Seguro que hay algo peligroso, como… un laboratorio secreto –comentó mi hermano.

-¿Un laboratorio? –dije.

-Sí, sí, seguro que investiga sobre una enfermedad rara que provocará el apocalipsis. Seguro que si no entramos, ¡será el fin del mundo! Se les caerá un tubo de ensayo que se romperá, alguien lo tocará por accidente y se convertirá en un zombi. Infectará al resto de la habitación, nosotros huiremos pero ya será tarde. ¡Tenemos que entrar en esa habitación e impedir el fin del mundo!

Todos miramos a mi hermano que estaba bastante alterado.

-Vale… ignoraré esa extraña pesadilla que te acabas de imaginar –dijo mi madre–. Yo creo que en esa habitación hacen apuestas ilegales con dinero negro –dijo ella.

-Probablemente el director de hotel juegue al póker en esa habitación junto con otros peces gordos. Seguro que todos los trabajadores en el hotel saben esto y lo aprovechan para ganarse algunas propinillas extras. Es más, seguro que nos ocurre algo si descubren que lo sabemos. Nos harán algo horrible, lo ocultarán y desapareceremos del mapa, nadie nunca volverá a saber de nosotros. Por eso no debemos avisar a nadie sobre los ruidos y mucho menos al personal del hotel.

Mi madre parecía bastante segura de lo que decía pero estaba inmersa en sus pensamientos, así que la ignoramos.

-Yo creo que en esa habitación ocurrieron cosas, cosas terribles e inimaginables –empezó a relatar mi hermana–. Creo que lo que escuchamos era un grito, pero no un grito humano sino un grito de un fantasma. Seguro que hace años en esa habitación alguien fue asesinado y ahora su fantasma vaya por este hotel atormentando a familias… como la nuestra.

Todos nos estremecimos, todos, excepto mi hermana que tenía una sonrisa bastante inquietante a mi parecer.

-Todos imagináis cosas horribles –dijo mi padre–. Probablemente solo sea una antigua habitación en desuso en la que el personal del hotel se cuela a descansar un rato. Lo que oímos seguramente solo fueran risas de unos cuantos trabajadores. Tiene que ser un horror soportar a huéspedes molestos con complejo de superioridad.

Todos nos quedamos en silencio unos segundos por historia tan sólida que acababa de dar mi padre.

-¡Dios mío! Le quitas toda la emoción al momento –dije–. Odio cuando das buenos argumentos.

Nos reímos pero la diversión solo duró unos momentos. Un espantosos grito se oyó en la habitación de enfrente, justo la de la puerta verde. Sin decir una sola palabra todos salimos de la habitación rápidamente y bajamos a recepción donde se sorprendieron al vernos tan alterados.

-¡Tienen que ayudarnos! –exigió mi madre, bastante asustada.

-Calma, calma, la ayudaremos en lo que necesite pero tiene que tranquilizarse –dijo uno de los botones que estaba junto a recepción.

-Hemos escuchado un fuerte grito que provenía de la habitación de enfrente, la de la puerta verde- expliqué.

-¿Puerta verde? Lo siento pero estoy bastante seguro de que no hay ninguna habitación con una puerta verde Tal vez se estén equivocando.

-¡Claro que la hay! Por favor, señor, síganos, tiene que entrar en esa habitación y ver qué ocurre.

El botones puso cara de incrédulo y nos empezó a seguir. Estábamos subiendo la escalera cuando la luz se fue. Todos quedamos a oscuras y cuando quisimos darnos cuenta el botones a nuestro lado despareció. Otro trabajador del hotel subía la escalera y cuando nos vio nos pidió por favor que fuéramos a nuestra habitación. No tuvimos tiempo de responderle cuando se fue corriendo. Subimos las escaleras rendidos, pero no sin antes intentar escuchar algo a través de la puerta pero lo único que se oía eran nuestras respiraciones entrelazadas. Entramos en nuestra habitación y en un abrir y cerrar de ojos nos quedamos dormidos.

Al día siguiente debíamos marcharnos del hotel. Ya estábamos preparados con maleta en mano para salir por la puerta cuando dije:

-Bueno, supongo que nunca sabremos lo que habrá detrás de esa puerta.

-¿Puerta? ¿De qué puerta estás hablando? –dijo mi padre.

-Ja, ja qué gracioso, papá –dije al mismo tiempo en el que abría la puerta de la habitación. 

Al salir miré hacia el frente y la puerta ya no estaba, se había desvanecido como el humo. Me quedé pálida por un momento, pero después seguí caminando como si nada.

No he vuelto a hablar de esto con nadie.

Lucía G. 1ºC ESO

LA RELIQUIA

Abro los ojos y recobro la consciencia de golpe. Noto como si el corazón me dejase de latir cuando me doy cuenta de que estoy bajo el mar. Tomo impulso y nado hacia la superficie, ignorando los bellos cánticos de los seres que tratan de engatusarme de nuevo. Unas manos con garras afiladas me arañan las pantorrillas y trato de no soltar el aire cuando las criaturas no son capaces de tirar de mí otra vez hacia las profundidades.

Logro llegar hasta la arena y me arrastro sobre ella desesperadamente, ansiosa por alejarme de la orilla. Una vez que alcanzo la primera línea de árboles que rodean la playa, las voces cesan. Giro la cabeza hacia atrás y observo las bellas cabelleras que flotan en el agua salada y las colas relucientes que a veces se asoman entre las rocas. Cada vez estoy un poco más segura de que no voy a lograrlo.

Me saco la caja del bolsillo y la abro para contemplar la perla que hay en su interior. Es el último objeto que me queda por devolver, la última barrera que me queda por derribar. Una vez que lo haga, la paz volverá a existir, así que trato de crear un plan que me permita acercarme lo suficiente a la orilla sin ser conmovida por la hermosa voz de los monstruos. Tal vez no sea posible, quizá la leyenda sea solo una mentira que alimenta nuestra esperanza y las reliquias, tan solos objetos viejos e inútiles.

Pero no puede ser. He hecho todo esto por algo, y si tan solo hay una mísera y microscópica posibilidad de librarnos a todos por fin del yugo de las horripilantes criaturas que pululan a sus anchas por nuestro mundo, merece la pena intentarlo; aunque falle y me cueste la vida. O al menos eso me repito una y otra vez para no darme por vencida.

Cierro el puño alrededor de la perla y respiro hondo varias veces para calmarme, repitiéndome una y otra vez que si alguien puede lograrlo, soy yo. Al fin y al cabo, he sido la única lo suficientemente valiente –o estúpida–- como para hacerle caso a la profecía y hacer un intento por cerrar los portales. La mayoría del trabajo está hecho, solo queda el último empujón.

Corro hacia el mar de nuevo. Unas cabezas de rostro genuino e inocente se asoman entre las olas. No caigo en su engaño, me aterra pensar en la cantidad de huesos que sus afilados colmillos han roído. Tropiezo con la arena, pero no me detengo; ya no hay vuelta atrás. Me meto en el agua y vadeo hacia la roca donde debo colocar la perla. La melodía de las criaturas vuelve a sonar y me rencuentro luchando contra mí misma para no alejarme de la orilla, hipnotizada por las bellas voces de las sirenas.

Llego hasta mi destino. Cada una de mis respiraciones y cada uno de los latidos de mi corazón parecen pedirme a gritos que huya, que lo deje todo y que sobreviva, que ya se encargará alguien más. Pero yo sé que nadie más lo hará. Así que sigo.

Trepo la roca para dejar la reliquia, convencida de que ya lo he logrado, cuando de pronto, una extremidad sale del agua y me clava las uñas en la pierna. Instantes después, muchos brazos tiran de mí hacia las olas. Grito, luchando contra las criaturas, pero no soy lo suficientemente fuerte. Caigo al suelo y la perla sale volando y se sumerge en el mar en el mismo momento en el que los seres logran hundirme.

Intento llegar hasta la reliquia, con lágrimas en los ojos, pero un dolor me recorre cuando siento la fricción de los colmillos de las bestias arañando mis rígidos huesos. Chillando de dolor, extiendo el brazo hacia la perla, que es lo último que veo antes de ahogarme, hundiéndose en el mar y desapareciendo para siempre; y no puedo evitar dedicar mi último pensamiento a la ironía de que haya venido aquí para salvar el mundo, pero yo misma lo haya condenado al hacer desaparecer la última reliquia eternamente.

Eva R. 3ºA ESO

LA MADRUGADA DE 1938

Estaba anocheciendo. Alba había conseguido sobrevivir otro día más a esa fatídica realidad, que dividía el país en dos desde hacía ya tres años. Esa realidad en la que los bombardeos parecían no cesar y el número de desaparecidos y presos era cada vez mayor.

La joven se sentó frente a su desgastada máquina de escribir, y prosiguió el texto que había dejado inacabado para ponerse a salvo. Llevaba ya un tiempo escribiendo diariamente. Esta era su única vía de escape. Allí tenía la posibilidad de expresarse libremente y narrar toda aquella angustia por la que estaban pasando la mayoría de los españoles. Una vez acabados, releía varias veces los escritos y seguidamente los quemaba, antes de ser descubierta. Sabía que las ideas plasmadas en aquellas hojas ya habían causado demasiado dolor.

Recordó entonces el momento en el que, durante el último registro domiciliario, los nacionales encontraron uno de esos textos, escondidos entre uno de sus cuadernos, Habría acabado encarcelada de no ser por su abuelo que, cegado por ese cariño familiar, decidió inculparse para salvarla.

Alba no podía evitar sentirse la artífice de todo aquello, y sintió, en ese momento, una necesidad incontrolable de verle de nuevo. Sabía que aquello no era posible, y que no debía intentarlo, pero no pudo evitarlo. Llevaba toda la noche en vela y no podía soportar más aquel sentimiento de culpa. Cuando llegó a la valla de la cárcel, estaba a punto de amanecer.

La chica sintió un vuelco en el corazón, no podía creer lo que estaba viendo. Su abuelo, acompañado por un grupo de otros cuatro presos, era empujado por una pareja de jóvenes militares. Estos se limitaban a dirigirles de mala gana, sujetando sus fusiles. No se podía distinguir en su expresión ni un ápice de arrepentimiento, aquello se había convertido en una costumbre para ellos.

Sus miradas se toparon. Él la reconoció nada más verla y su rostro dejó de tener un aspecto sombrío y devastador, llenándose, en cambio, de una luz melancólica. Guiñó un ojo y movió sus labios muy lentamente, para que su nieta fuese capaz de comprenderle. “No es tu culpa”, eso fue lo que le dijo antes de desaparecer por el costado de aquel viejo edificio. Minutos después se escuchó una ráfaga de tiros. El mundo pareció pararse en ese instante. Aquella última frase empezó a repetirse en la cabeza de Alba una y otra vez, tratando inútilmente de calmar ese dolor punzante que iría acabando lentamente con ella. El sol asomaba por el horizonte.

Silvia O. 1ºC BACH

LA ROSA

Qué bonita está la rosa
al amanecer el día,
qué fragante y olorosa.
¿Quién cuidará de la rosa
durante el calor del día?

¿Quién cuidará su belleza?
Y a su cándida pureza
¿quién le dará protección?
¿Quién la colmará de amor,
de mimo y delicadeza?

Que el viento al acariciarla
le lleve un beso de amor,
que nadie llegue a tocarla,
que solamente al mirarla
se marchita su candor.

Yo, que vivo enamorado
y cautivo de su pereza,
la contemplo embelesado
y con ojos cansados
de mirar tanta belleza.

Cuidemos todos la rosa,
delicada como el destino,
como la madre amorosa
cuida al hijo mimosa con 
besos de amor y cariño.

Itzíar G. 1ºB BACH

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